domingo, 25 de marzo de 2012

Aserrín aserrán los maderos ya no son de San Juan (Crónica sobre ¿cómo se hace?)


Don Mario el carpintero.
Varios estornudos antes de ver la silueta de aquel hombre cubierto por delgadas y espesas capas de polvo, ese aserrín que deja el aroma de bosque mutilado inundando las conciencias. Lunes, comienzo de semana, nueve de la mañana la labor ha iniciado hace una hora, del fondo del local sale una voz tosca y ronca, mi tocayo me saluda con su aire habitual de soñador, de artista, él sale de la niebla artificial con su cabello tiznado de marrón claro, con un tapabocas negro, la ropa manchada por pinturas, pegante y aserrín.
-Mario, cómo vamos-. Saluda dejando la marca de su labor matutina en mi mano derecha, la de él áspera, gruesa, con los nudillos secos y grandes; los dedos en la punta con una simetría extraña, anchos y planos, no eran una espátula pero hacían bien su función de lijar, de limar los bordes que dejan la imperfección y que como toda es corregible.
Carpintería de Don Mario.
-Bien, pasando un momento por acá para conocer su arte don Mario, ¿si es posible?- Respondo al saludo. Y él sin negar la sonrisa que se dibuja en su rostro me invita a su lugar de trabajo, un sitio sencillo, un pequeño local esquinero ubicado por los lados de la plaza San Franciso, con arte rupestre en su fachada, algunas marcas de tablones pintados, trozos de madera que adornan el andén de la transcurrida calle y sin ningún letrero que anuncié que es una carpintería.
Mueble (mesedora) acabado.
-Siga, pero siga, estoy haciendo un mueble, bueno un sillón para un juego de muebles del señor Carlos, el de la tienda, es que quiere que combine con los otros, pero aún está en proceso, (ríe un poco sonrojado), y estás sillas que estoy arreglando, es lo que más llega por acá-. Una nube se levanta mientras empieza a pulir la madera que aún no tiene forma, la acaricia con sutileza, con ritmo: arriba, abajo, una vez tras otra. El carpintero diestro produce un sonido que a veces destempla los dientes, que puede fastidiar, que se mezcla con los motores de los carros, los pitos, o simplemente que rima con el silencio mientras araña la existencia.
Clavos, pegante, barniz, pintura, lija, madera, todo para lograr arte, una silla, un comedor, un sofá, a partir de un tronco que se consigue en el aserradero. A Bucaramanga llegan los camiones cargados con melancólicas vigas marrones sin vida, con destino a la morgue, allá donde el verde desaparece, donde hombres jóvenes o ancianos llevan en un cortejo fúnebre los pesados cuerpos. Emprendo el viaje a la avenida quebrada seca con carrera quince, donde jamás faltan los trancones por los vehículos de carga estacionados a lado y lado de las vías, atestados de mercancía, en busca de trabajo entre los gritos, silbidos e insultos, el ambiente natural.
Parado en una esquina observo la Llegada de un doble troque, se estaciona cerca, el olor a neumático y a bandas quemadas me dice que llega de viaje. El conductor se baja y pregunta por los “coteros”, y así empiezo a ver una carpa que se levanta y deja al descubierto los troncos, esos que días atrás tenían en sus ramas, cientos de insectos, miles de hormigas y el hogar de algunos pájaros, ahora desnudos inician la travesía a varias carpinterías para ser moldeados, ya que su belleza original no es tan buena como aquella que puede crear el humano.
Madera moldeada.
Don Mario compra muy pocas veces “el material puro” como lo llama él, prefiere el que viene moldeado para simplemente hacer los acabados, los perfectos acabados, pero en este caso tiene uno para sacar tablas, está haciendo un bifet para la cocina de doña Leonor, no muy grande pero sí ostentoso, quizá tan esplendoroso como lo era el árbol, pero sin avechuchos y bichos pegados a él.
Ya es tarde son las seis y el día termina como los demás, hoy solo fue posible observar cómo llega “el material puro” a la carpintería de don Mario y ver lo elemental, sacudiendo el aserrín de mis zapatos me despido, mañana será otro día.
Martes. Llegué temprano, a las ocho, era una cita con el tocayo hoy va a arreglar unas sillas y empezar con el bifet, el sillón tendrá que esperar. Hay mucha madera en las cuatro esquinas de la carpintería esperando ser utilizada, bultos de aserrín amontonados y don Mario me dice – Esa madera tiene años de estar ahí es la que me sobra de los trabajos, hay “madeflex”, más que todo-. “Madeflex”, uno de los muchos tipos de madera, liviano, delgado y manejable, pero débil se parte con mucha facilidad.
-Muchacho, sosténgame ahí la tabla fuerte, para que le pueda echar el pegante a la otra y que ésta no se despegue-. En ese momento sostenía el espaldar de una silla de comedor, no muy bonita, pienso que es de alguien humilde, de no ser por el pegamento que entraba por mi nariz hubiera seguido haciendo conjeturas, pero la falta de costumbre mareaba mi imaginación.
-Esta silla la he arreglado como unas cuatro veces, da guerra la “hijuemadre” y el señor Francisco insiste en no comprar una nueva-. Sonrío, no sé si por el efecto del pegante o porque el comentario es gracioso, ya un poco alejado de las nauseas y respirando aire “puro” en una de las dos puertas del local, entiendo qué es mueble para la mayoría de los carpinteros, casi todo. –Mario ahora sí vamos al mueble, al bifet, empecemos. Yo creo que para el viernes en la tarde estará listo si me dedico solo a él-. Me alegré, ahora sí vamos a ver en qué te conviertes naturaleza.
Parte del bifet.
Miércoles. Las tablas están listas para ensamble, es un rompecabezas, escoger las piezas y unirlas, el aroma a colbón ya no fastidia tanto, los pulmones no se anchan en cada respiración, tratan de mantener la cordura en mi cabeza, así pasan las horas y terminamos los cinco compartimientos, donde irán los platos, vasos, cubiertos, y muchas cosas más que pondrá doña Leonor.
El jueves voy en la tarde, y ya casi está listo, bueno en el bosquejo que tenía mi mente, las puertas estaban puestas, con esas bisagras doradas, la madera tenía su tallado en varias figuras, aquellas que dibujaba, la imaginación de don Mario, con el ir y venir de sus gruesas manos de tanto lijar, para dar una forma exquisita y perfecta. El color es un marrón natural, ese que nadie tiñó, ese que solo marcan los años y que en segundos se arranca.
Viernes, la madera ya es un mueble más, un bifet, tres capas de pintura trasparente, dos de barniz para protegerla del polvo y la suciedad. Don Mario termina por agregarle los últimos toques, los clavos y puntillas no se ven, están camuflados por dentro y por fuera si acaso se notan, las puertas tienen su pirograbado en forma de rectángulo cerca del borde, las manecillas son de metal color dorado también, por dentro cada compartimiento dividido: arriba las aves, en medio las hormigas y abajo los insectos.
Lugar donde se corta la naturaleza.
Así un árbol, un pedazo de madera se convierte en arte, en un mueble cualquiera, que es moldeado con manos que quizá no saben qué pasa con ese tronco y qué pasaría si se acaban. Pero mientras tanto seguimos aún inconscientes de cómo se hacen las cosas, de cómo se hace la silla de madera en donde estás sentado, la mesa de madera donde comes, la cama de madera donde duermes, etc. Y para taparnos los ojos voluntariamente cantaremos “Aserrín aserrán los maderos de San Juan” con el inconveniente que ya no son de él, ni de esos humildes carpinteros que se ganan la vida con arte, son de las multinacionales con manofactura, con grandes maquinarias que remplazan al hombre y que en un mañana no moldearán árboles, sino humanos, porque estos se acabarán.
MAPCH

Retratos

El ejercicio de tomar fotografías a personas, tratando de hacer retratos, está a cargo de Mario Andrés Pérez Ch. Los retratos fueron hechos en Bucaramanga, Santander; Ocaña y La playa Norte de Santander. Los modelos fueron  Nubia Rivera, la señora Rosa, y su servidor Mario Pérez.