domingo, 9 de octubre de 2011

Dos morales una vida (Crónica sobre una profesión)

Una madre abnegada se levanta de su cama a las diez de la mañana, ya una costumbre casi diaria, observando tras sus pesadas pestañas el paso del tiempo, aquel que se ha detenido justo en el momento en que despierta. Ella con el delineador corrido en su mejilla, tal vez simulando unas pequeñas lágrimas disecadas, posiblemente mientras dormía su alma vivía una tormenta.

Son las cuatro de la tarde, y en un lugar nocturno del centro de la ciudad, unas bellas damas entran a un establecimiento llamado, “Las tres cruces”, (nombre dado por el escritor de esta crónica para cubrir el verdadero, por petición de la entrevistada). Encontrándome en la puerta del local veo pasar a veinte mujeres sin maquillaje, con la mirada pérdida, algunas me miran de arriba abajo sin pronunciar palabra, y otras me dicen –Tienes ganas muchachito–, no todas llegan al mismo tiempo y ya son las cinco y ha entrado más de la mitad, el sol comienza a caer y esconderse, al parecer no quiere ser testigo de algunas cosas.
Con mi pantalón azul, camisa formal manga larga y un busito blanco veo el pasar de los carros, las personas me miran con cierta confusión y aquellas que van acompañadas hablan del lugar y señalan, perdí la cuenta pero creo que ya son todas me dispongo a tocar, cuando de repente de un empujón soy movido de la puerta por una bella figura femenina. –Discúlpeme joven–. Y entra dejando el perfume dulce, una fragancia de revista. El celador, un hombre gordo y grande no más que yo, me hace pasar con cierta desconfianza, - No acostumbras a estos lugares, no quiero problemas–, dice con voz gruesa. Supongo que al estar parado demasiado tiempo al lado de la puerta causó curiosidad.

Afuera, las seis de la tarde y los faros de la calle empiezan a encenderse y aquello que dicen las religiosas o puritanas, se convierte en mi viaje, estaba dando los pasos al averno. La entrada oscura, iluminada solo con unas barras de neón de color morado, que daban luz a las escaleras que terminaban en el segundo piso, en este caso no se baja al infierno se sube al cielo, según unos jóvenes que venían detrás de mí. Con una risa en mi gesto llegué a la cima ya más alumbrada, con luces al parecer apagadas y lúgubres, gran cantidad de mesas en forma de luna menguante, al centro del lugar una pista de baile y más adelante una pequeña tarima y dos tubos que según mis coetáneos, que ahora me hablaban, era para hacer la danza del hechizo.

Viernes, siete de la noche según daba mi reloj, y el local que desde las cuatro es oscuro ya estaba empezando a tener mucha clientela, algunas muchachas estaban ya al parecer con personas que acostumbran a venir, y yo en una mesa con los jóvenes que ahora me gastaban una cerveza, que yo mismo pedí en la barra, quedé anonadado, mis ojos se empañaron y mi corazón más que un órgano vital se convirtió en mi enemigo, tenía una taquicardia. Salieron quince diablas que promovían la tentación y el pecado. Doña Remedios tenía razón, son brujas, pues, a todos los tienen hechizados mientras pasan por las mesas casi medio desnudas. Estaba en la última y con los silbidos extravagantes de todas partes, llegaron en emboscada tres divas, una mano apareció detrás de mi cuello que bajaba por mi pecho, el trago de cerveza que había tomado se convirtió en una bola pesada que bajaba por mi garganta haciendo que los ojos se sumieran, ahora entendía por qué la media luna, pasó adelante una de ellas, muy preciosa, sin desprender la mano de mi pecho.

A mi lado derecho los gastosos estaban poniendo billetes en la prenda íntima de dos muchachas, y sin perder tiempo tocaban y besaban, uno de ellos me miró diciendo, - La plata es oro acá– de nuevo mire el reloj eran las nueve de la noche y tenía seis cervezas en la cabeza y dos mil pesos sencillos en la billetera, al alzar mi mirada, ella bailaba sensual, quizá suene atrevido pero eran movimientos poéticos, llenos de metáforas y cargados de antítesis, mostrando con su mano la cadera que hipnotizaba. Mis circulares esferas que daban color a su prenda íntima rosa, y un empujón en el hombro del que estaba a mi lado me despertó de lo que no era un sueño, enseguida saqué avergonzadamente de mi cartera dos Jorge Eliecer Gaitán.

Mis manos temblorosas tocaron su piel blanca y suave tratando de coger el hilo delgado que tenía cubriendo el crepúsculo, y tirando lentamente de él puse el dinero doblado varias veces, soltando la prenda que ajustaba el botín, pensé, “se va a enojar son solo dos mil”, pero sorpresa, ella bailaba más y empezaba a desprenderse de su intimidad, no la había mirado a la cara tenía timidez, qué pensaría de mí.

Su sostén terminó por ser una horca en mi cuello, que me acercaba más y más a sus dos nubes esponjosas, el eclipse ocurrió mientras miraba las diez de la noche y ocho bebidas, ella hizo un injerto de pieles, mi rostro inundado en el aroma de sus pechos, y un gran témpano de hielo calmaba el volcán en mi cara, en ese momento escuché sus palabras, su voz al fin decía algo.

Sin saber qué ocurría a mi alrededor ella dijo – Qué quieres mozuelo. – sin palabras y con el alcohol haciendo efecto y las hormonas en todo mi cuerpo, observé en sus ojos algo que daba prisa y por qué ahora. Sin pensar, sin hablar más de la cuenta ella continuó, -El normal vale cuarenta, el doble sesenta y el triple ochenta, treinta minutos y si es más vale otros cuarenta–. A mi lado se paraban los dos muchachos calenturientos, apresurados y con malicia en todo su ser, se marcharon. Le mencioné que el normal y estiró la mano, le di el dinero y me agarró del brazo como si me llevara al matadero, no pronunció nada, entramos al tercer piso, habitaciones a mi derecha e izquierda ya con más luz observé a varias parejas entrando y saliendo de las alcobas de la tortura y el placer.

Se abrió una puerta, era el cuarto del tiempo, una sola cama doble y con sabanas blancas, una peinadora y un baño era lo que adornaba el lugar, ella se desvistió, señaló la cama para que me acostara, y ahora detalle su rostro. Una dama de quizá veinticinco años, hermosa, la misma que me empujó al entrar en el establecimiento, solo miraba su rostro y me dijo –¿Tienes miedo?– Con las manos cruzadas y la voz tartamuda, -Claro que no, solo que no vine a…-. -Cómo y entonces te burlas de mí eso es–. Se viste y se sienta en la cama tapándose el rostro.

Las diez y diez, me siento a su lado, -Lo siento no fue mi intención–. Ella con la frente arrugada me pregunta -Qué quieres–, le explicó que solo hablar, que necesitaba hablar y me encontraba ahí por accidente. Luego de entender el motivo me sonríe y da un gesto de aceptación, -Olga, mucho gusto-.

La conversación se presta amena y luego de unos chistes para romper el hielo, y contar la verdadera razón por la que me encontraba en esos apretones, le dije –Cuál es tu historia-. Saca un teléfono debajo de la cama, marca y pide una del blanco a la habitación ocho. –Esa la pagas tú-, me dice con tono burlón. Aclaré que no había problema, pero, no tenía para pagar más tiempo, de charla, -No importa hace rato nadie se interesaba por mí, hoy descanso y qué alguien me diga algo-. Curioso, era viernes el comienzo de un buen fin de semana, sin divagar me alegré, “buena crónica pensé”. Tocan, Olga abre la puerta y paga con mi dinero cerrando con llave, no sin antes poner con sutileza el letrero de “No molestar”.

-Mi historia mozuelo, un día estudiaba en una universidad de Cali y sin plata una amiga me convence de que está es una buena vida, sin más ni más accedí. Primero fue con un amigo de ella luego con otro y otro, la plata fácil envicia la vida, esto es como cualquier droga te metes y es difícil salir, trescientos o cuatrocientos mil en una noche, qué vida mozuelo, qué vida-. Solo escuchaba asombrado, hablaba como una mujer de cuarenta o cincuenta años, la experiencia que debe tener, -Sigue no pares, desahógate-, le digo sin más palabras qué encontrar. –Pues, dejé poco a poco el estudio por la plata, tenía dieciocho años y la vida se prestó para que me volviera puta-, pronunciaba con ardor en su alma y pasando uno tras otro un trago de anís.

-A mis diecinueve cumplidos me llega la sorpresa que soy madre, sin saber de quién, la vida se vuelve mierda y la familia te da la espalda, después de darles tantos lujos, mi amiga me aconseja que aborte, pero, no, no puedo y no lo hice. A mis veinte pasaditos una linda bebita que alimentar y sola, sin trabajo porque simplemente me volví disque gorda, mozuelo la fiesta del caucho de esas perras que se ponen tetas y culo, así sola vine a terminar a Bucaramanga con mi hijita-. Sus ojos se vuelven un pequeño nacimiento, en él se descuelga la rabia y desesperación qué pasó, es un riachuelo negro por el delineador que cae. –Acá pase hojas de vida y desde que llegué trabajo acá, atendiendo borrachos, locos, ejecutivos,  hombres casados, solteros, de todo mozuelo, de todo, y mi hija inocente de la realidad a sus ocho años, estudia mientras ve a su madre salir en las noches y volver en la mañana sin preguntar nada-. Ahora el nacimiento es el amazonas y en vez de micos, grillos o el sonido del viento moviendo los árboles, se escuchan gemidos de las dos habitaciones continuas con el chillido de las camas y palabras obscenas.

-La morena si goza el trabajo, no tiene hijos y además está empezando, qué te parece mi trabajo mozuelo-, me pregunta agitando su cabello. No sé qué decir y terminó con una palabra. –Siento orgullo-, con cierto rocío en mis pómulos, -Sé que has pasado por cosas peores, atender gente es complicado-, continúo para no ahogarme en llanto, una risa enorme y carcajadas. –No sabes mozuelo tendrías que quedarte un mes si acaso para ser testigo de toda esta porquería, pero te digo me han golpeado, ultrajado, no puedo decir violada porque no me creen, alguno borrachos que vomitan la cama y luego quieren los muy desgraciados que los bese, otros se orinan en el piso y no hacen nada, algunos abusan en su fuerza y generalmente es así y lastiman, eso como tú lo dices la manzana, gritan el nombre de mujeres extrañas y gritan, por ejemplo “toma Zoraida”, cosas así. Otros son solteros, son los más calmados y vienen y se van, o los que los hecha la esposa me convierten en ella, en fin de todo-.

Son las dos de la mañana el tiempo pasa rápido, no solo hemos hablado de eso, pero es lo que acá interesa, terminamos el litro de blanco como lo llama Olga, ella se para y me dice que ya viene, en realidad un poco asustado a las tres aparece, yo que ya me encontraba en la barra a punto de salir me dice –En dónde vives-, no supe qué responder y pide otra de blanco, -Vamos a mi casa, dale no te voy a comer y de paso sigues con tu cuento ese-. La mire y en un momento estábamos en el taxi llegando a un barrio de Provenza, entrando a un pequeño y humilde apartamento, donde ya las cuatro y el alba apunto de asomar, con voz baja pasamos a la sala y solo con una vela prendida para no despertar a su hija, responde mi pregunta.

-Sí, al principio fue difícil pero una se acostumbra y por la plata baila el perro, o en este caso la perra, “jajajajja”-, se ríe ya un poco entonada, -Bueno al menos cuando una no da los tres platos todo es mejor no me siento tan ultrajada, pero, se gana más. No me salgo porque una vez la mano se unta el cuerpo también. Y sí, mi hija es una razón, pero, mis papás al fin se dignaron de recibirla, bueno me quitaron la potestad, según la ley por ser de la vida alegre y un mal ejemplo, cuando a ella nunca le ha faltado nada, nada, ella es mi vida-. Toma más y más desde el pico de la botella, asustado la calmo, y me doy cuenta que está igual que en Cali sola, ahora con su hijita pero no por mucho, tal vez a eso se debió mi suerte de encontrar este testimonio, alguien necesitaba vaciar, quitarse esa enorme piedra que cargaba en su cabeza. Me doy cuenta que las personas juzgan mal, sin saber con qué hambre come el otro, y si ella le llama trabajo decente ya que no roba, ni mata, no lo hace la sociedad.

A las cinco de la mañana la llevo tambaleándose a su alcoba y se acuesta con la ropa puesta y la sabana encima, suspirando, sin saber si por su hija, por la familia, el trabajo, o quizá sabe que mañana comienza de nuevo su doble vida.

MAPCH

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