domingo, 2 de octubre de 2011

Tinto, perico, aguapanela (Crónica basada en el viaje de la casa a la universidad)

El sonido de la puerta ya es matutino y monótono, pero esta vez tiene algo diferente, escuché el momento en que se ajustó y el viento golpeó mi humanidad, estoy afuera de lo que puede ser la seguridad del mundo, mi casa. Pasa una señora apresurada cuando la hora casi llega a las ocho de la mañana, ella con la cartera ajustada a su cuerpo quizá para que no caiga y la retrase más, o teme que alguien se la arrebate, infinitas posibilidades. Miro la hora en el celular ya que no acostumbro a llevar reloj, pese a que tengo uno que heredé de mi abuelo, pero estoy afuera. Faltan diez para las ocho y voy en lo que parece una mañana normal, un día como todos, los rayos del sol me hurtan un abrir y cerrar de ojos, el sonido de una cicla llega hasta mi oído, viene en sentido contrario de la vía, me detengo un segundo y las primeras palabras de la mañana, a un metro de mi casa exactamente, “¡NO VE CIEGO¡”en realidad estaba un poco cegado por el sol, el hecho es que el ciclista viene en contravía, al igual que la señora va apresurado, además con dos enormes bolsas de mercado a cada lado del manubrio de la cicla.

No hay nada más agradable que empezar el día con un buen saludo mañanero, y con toda la formalidad que se merece y aún más tentado a responder el saludo, sale de mi boca lo que se ha vuelto una respuesta común a un insulto o grito desproporcionado “SU MA…” y así empieza mi mañana por fuera de casa, rumbo a clase de ocho en la Universidad Industrial de Santander, sintiendo aún el fresco del baño y el sabor a crema dental que elimina el de la aguapanela con pan del desayuno.

Seis ó siete cuadras respaldan mi diario recorrido a la universidad, cuatro o seis veces al día, hoy es la primera. Cruzo la calle y emprendo la subida con mirada al astro viendo casi la cima, ¿la meta?, aquella glorieta tan conocida donde esta Palomo el caballo de Bolívar parado en sus dos patas para hacerse más visible e imponente. Un joven grita palabras que no comprendo hasta que se aclara su voz, -¡Espere, espere, un momento señor! - Mientras baja a prisa por la calle décima para coger el gran bus verde, a lo que me detengo un instante y observo al conductor con su malicia que se refleja en el espejo del lado derecho, cierra las puertas y acelera lentamente, -Un momento ¡hey! – exhausto golpea la parte trasera del bus con su mano, y el chofer haciendo caso omiso continúa su recorrido.

Sigo subiendo y una cuadra más adelante yace un borracho frente a una taberna de barrio, a mi mano derecha, el sitio está cerrado y el hombre descamisado. Duerme plácidamente con la boca abierta, con su mano cubriendo desde los ojos hasta el mostacho, quizá por la luz encandescente, que daba justo ahí. Una señora corpulenta vestida con una licra azul ajustada, muy ajustada a sus enormes muslos y gemelos, que deja al descubierto solo los tobillos, y una bata blanca, manchada de sangre y residuos de pollo, llega hasta su cintura, cubriendo una camisa de rayas rosas y marrones; me da a entender que trabaja en la plaza ubicada a dos cuadras de allí.

Continuó normal cuando antes de abandonar las cuatro esquinas escucho -Sigifredo qué haces ahí de por Dios parate, otra vez en esas gastándose la plata desde el jueves, - la señora con su voz de pregonera, no apacigua su melodía y con tan notable escándalo muchas personas se detienen y miran el espectáculo mañanero patrocinado por la ira y el desconsuelo.

Sigo, pues, con tanto percance voy a llegar tarde y lo más probable es que el profesor no crea en las pruebas que recitan mis palabras, aunque, cada fin de semana es parecido, no igual pero si movido, pienso que es tal vez por el sector en el que me encuentro. A mitad de cuadra me saluda como de costumbre la señora que vende minutos y un poco más arriba al señor que suelda puertas y rejas, sube la mano, la agita levemente y observo su gorra azul y gafas negras que dan un estilo único. -Adiós vecino. – a lo que respondo de igual forma. Creo que ellos conocen demasiada gente por su trabajo y que al estar tan cerca el vecino de la vecina casi todo el día pasará algo más.

Una cuadra más exclama mi pensamiento, interrumpido por un ruido que a medida que se acerca se hace más potente, veo a la septuagenaria que baja velozmente como de costumbre en su zorra, con los cabellos blancos mal amarrados con aquella cuerda roja que alcanzo a ver, con lo que cualquier dama o damisela de hoy moriría al ver, o peor, tener horquillas y eso del frizz, aspecto que a ella no le importa porque aún así su cabello se mueve con el viento. Sus arrugas demuestran la edad que comentan en la plaza cuando uno hace mercado, setenta u ochenta años que, sin embargo, ella vive con alegría. En ese momento, en esa cámara lenta en que la vi mientras doblaba la esquina a prisa, note en su mirada cargada de aventuras y más cara y negra que el petróleo a alguien a quien admirar. Ella, una diosa griega tal vez, con su vestido largo y azul manchado por el padre tiempo y unas alpargatas rotas sigue su camino dejando el perfume de frutas y verduras.

Caminando con un suspiro de orgullo sigo mi camino avanzando presurosamente, -Tinto, perico, aguapanela. – repetía una señora una y otra vez con su carrito, más bien un coche de bebé ahora que lo veo bien, armado de tal manera que llevaba varios termos de aquello que predicaba además un recipiente con pan y mantequilla. El conductor de un bus urbano que viene de mi derecha lentamente llama a la vendedora, ella corre con su coche y por la ventanilla le da un tinto y en un instante saca un pan lo parte a la mitad y lo unta de mantequilla, el conductor le da mil pesos y sigue su recorrido, la señora también continúa y recibe una llamada que no puede contestar. No me quedé observando todo el tiempo, ella subía al igual que yo y muy cerca. –Joven me puede hacer el favor de contestar, es que yo no sé, me lo regaló mi hijo ayer. –Anonadado le dije que sí, al mirar el celular era de esos sencillos que con la misma tecla se contesta y cuelga, ese un (1100), dije, –Si un momento. - Y comuniqué a su portadora –Sí, con ella. No, no puede ser, dígame que no, debe ser un error oficial, mi hijito no, pero él está bien. Sí ya voy para allá. Chao. – Así la señora se da vuelta me da las gracias y baja llorando.

Eso me deja pensando, cuántas madres preparan tinto, perico o aguapanela con sus lágrimas ¿por qué?, solo el agua dulce preparada con caña lo sabe.

Así llego a la glorieta y lo de costumbre papelerías abriendo, unas pocas personas sacando copias, otras llamando en los puestos de minutos a cien pesos, y más adelante gente observando las artesanías expuestas en el museo de la calle y algunos desayunando la comida típica del universitario o del colombiano promedio “El combo”, sigo y me encuentro con algo que vivió la unión soviética en la segunda guerra mundial con Hitler en la batalla de Kursk, solo que en vez de un tanque T-34 es un camión negro, grande e imponente el que está estacionado en la entrada principal de la universidad, “nos quieren conquistar” pienso.

Más abajo en la entrada de visitantes otro tanque más pequeño y ligero, parece un paquidermo extraviado del zoológico, solo se espera esa hora cero para atacar antes y expulsar los invasores, comentan unos y otros.

Entro al parecer a una base militar donde ahí máxima vigilancia y los colores se mezclan, primero un negro, que pasa a un verde y termina un marrón claro y oscuro, se parece a las etapas de la fruta: verde, madura, y se daña, se vuelve negra. Bueno después de ser otra vez ciudadano y mostrar mi carnet, cosa que debemos agradecer, ya que ayuda a recordar que hacemos parte de una sociedad libre y pulcra.

Llego al edificio subo las escaleras hasta el quinto piso de manera rápida, ya voy tarde, fatigado me siento en una silla –Muchachos hoy no hay clase tengo que ir a una capacitación… - Miro mi día, mi mañana y doy gracias porque la vida es dulce pese a que pasen cosas malas, pues, de la caña se saca el néctar que se convierte en panela y llega a la mayoría de colombianos convertida en aguapanela, eso demuestra que para ser dulce tiene su proceso y lo mejor es que se puede disfrutar cuando quieras.    
         
MAPCH
         

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